JULIO ROMERO DE TORRES - 151 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO

Museo Julio Romero de Torres

por  Verónica Esquinas Sánchez

Siempre me gustó la pintura, pero al contrario que nuestro protagonista, nunca se me dio bien dibujar, quizá por ello admiro mucho más un cuadro o una obra llena de talento, me fascina el uso de los colores, la textura, los detalles, es como si una fotografía cobrara vida a través de las manos del artista, he conocido personas que dibujan de maravilla y siempre me he quedado extasiada ante ese virtuosismo pictórico. A través de este artículo daremos pinceladas del pintor como homenaje a su aniversario, un hombre que destacó por ser un adelantado a su época, por su creatividad, por esa manera de sentir de forma tan diferente al resto.

Debido al 151 años del nacimiento del artista la ciudad celebra su aniversario a través de varias conferencias, coloquios, pasarelas de moda, visitas guiadas y talleres. Julio Romero fue el pintor que convirtió la luz, la mujer y la melancolía andaluza en símbolos universales a través de esa pintura de denuncia social. Julio Romero de Torres no fue solo un pintor: fue un creador de atmósferas, un contador de silencios, el hombre que hizo de Córdoba una emoción pictórica.

Nació el 9 de noviembre de 1874, cuando el siglo XIX aún soñaba con romanticismos y la ciudad respiraba arte por cada esquina. Su padre, Rafael Romero Barros, pintor y conservador del Museo Provincial de Pinturas de Córdoba (actual Museo de Bellas Artes de Córdoba) lo inició en la disciplina del dibujo y en el respeto por la tradición. Julio creció entre pinceles pero su mirada era otra: más íntima, más simbólica. Quiso pintar no solo lo que veía, sino lo que sentía. Y en ese intento —a medio camino entre lo místico y lo carnal— halló su propio lenguaje.

Desde muy joven participó en varias exposiciones nacionales despertando admiración y polémica a la vez. Su pincel se movía entre el realismo y el simbolismo, entre la devoción y el erotismo. Mientras unos lo consideraban un heredero del arte religioso andaluz, otros lo veían como un provocador que se atrevía a retratar la sensualidad femenina en tiempos de censura moral. Esa dualidad —mística y carnal— se convirtió en su sello.

Romero de Torres fue un enamorado de la mujer andaluza pero sobre todo del símbolo. En sus lienzos la virgen y la gitana comparten un mismo pedestal. Y eso, a comienzos del siglo XX, resultaba tan fascinante como escandaloso. Los moralistas lo acusaban de sensualidad excesiva, los modernistas de repetir fórmulas. Eso chocaba mucho en la sociedad del momento aunque el pueblo también lo adoraba. Donde los críticos veían pecado, la gente veía belleza. Por eso su arte, lejos de envejecer, se convirtió en un espejo del alma andaluza.

Las mujeres fueron las eternas protagonistas de sus obras, morenas, de mirada grave y silenciosa, aparecen envueltas en mantones, guitarras, tacones, cántaros y flores. La dualidad entre lo místico y lo profano son una constante en la pintura de Julio, algo que se podría denominar su propio sello de identidad, al igual que ocurre con la mirada, un símbolo lleno de emociones que nos trasladan a la España del momento, a la contención de lo que ocurre en esa época.

“La Chiquita Piconera”, “La Fuensanta”, “Cante Hondo”, “Viva el pelo”… títulos que hoy suenan casi como coplas. Cada cuadro suyo guarda el perfume de una historia que no se cuenta pero se siente.


Museo Julio Romero de Torres


La obra de Julio estuvo marcada por tres etapas:

Primera etapa (1900-1907)

Período de aprendizaje con clara influencia del padre y de sus hermanos. Trata temas populares, escenas cotidianas y de denuncia social. Destacaban los colores más vivos y naturalistas, con trazos impresionistas y tonos azules y verdosos.

Segunda etapa (1908-1915)

Etapa simbolista del pintor, se consolida su propio estilo. Las mujeres andaluzas se transforman en alegorías de la pasión, la fe y la melancolía. Hay claras influencias del simbolismo europeo y del modernismo español. Los colores son más apagados, predominando los ocres, grises y verdes. Las obras se vuelven más emotivas, cargadas de una atmósfera más íntima y espiritual.

Tercera etapa (1916-1930)

Su estilo alcanza plena madurez técnica y simbólica. Su obra se oscurece muchísimo en esta última etapa. Se consolida su carrera a raiz de su fama nacional e internacional. Su pintura se llena de carga emocional, mirada introspectiva y sentido social.

Además, su fama traspasó fronteras. Expuso en Buenos Aires, en París y en Madrid, y llegó a ilustrar portadas de revistas y carteles para campañas publicitarias nacionales y de la feria cordobesa. La mujer morena, con su mezcla de misterio y fuerza, se convirtió gracias a él en una imagen icónica de España. En una época en que el país buscaba una identidad moderna sin perder su raíz, su arte ofreció una síntesis perfecta entre lo tradicional y lo simbólico.

En Córdoba, su presencia fue y sigue siendo omnipresente. Su casa natal, justo al lado del hoy conocido como Museo Julio Romero de Torres, guarda aún el eco de su voz, sus paletas y sus pinceles.

Quien entra al museo siente que el tiempo se detiene. Y frente a “La Chiquita Piconera”, esa joven que posa junto a un brasero con la mirada fija en el espectador, es difícil no pensar que algo de la Córdoba eterna —orgullosa, melancólica, sensual— se quedó atrapada para siempre en el lienzo.

Este 2025 se cumplen 151 años de su nacimiento, y Córdoba lo celebra con el orgullo de quien reconoce en él no sólo a un artista, sino a un símbolo. En las calles, en los patios donde cuelgan guitarras y macetas, su sombra se confunde con la de los naranjos. Porque Romero de Torres no pintó a Córdoba: la soñó. Le dio una identidad visual que aún late en su imaginario colectivo.

Su pintura ha resistido el paso del tiempo precisamente por su humanidad. No hay artificio en sus mujeres tristes ni impostura en su luz dorada. Todo en él nace del sentimiento, del deseo de atrapar lo que se escapa: el instante en que la belleza se vuelve melancolía. Julio Romero de Torres no solo fue un pintor; fue un cronista visual de la esencia andaluza.

Su temprana muerte en 1930, a los 55 años, debido a una enfermedad hepática, consternó a la ciudad entera; cerraron comercios, tabernas, teatros y casinos. Estaba en su momento cumbre y de mayor éxito internacional, incluso estaba barajando la posibilidad de mostrar sus cuadros en Estados Unidos. La ciudad lo despidió en la capilla ardiente, instalada en la antigua capilla del Hospital de la Caridad, hoy sala principal del Museo de Bellas Artes. Familiares, amigos, modelos, autoridades, artistas y periodistas, entre otros, aguardaban en las dependencias del museo para acompañar al cortejo fúnebre, que fue seguido por miles de cordobeses entre flores y silencios. Aquel día no solo se despedía a un artista, sino a una parte de la ciudad. Desde entonces, cada homenaje a su memoria es también una celebración de la Córdoba que él inventó con su pincel: la sensual y la devota, la que canta y reza, la que sufre y sonríe.

En los últimos años, el Museo Julio Romero de Torres ha vuelto a ser punto de encuentro para visitantes y estudiosos. Exposiciones, conferencias y homenajes han renovado el interés por su figura. Córdoba, orgullosa, lo celebra con actos culturales, recorridos artísticos y charlas que buscan acercar su legado a nuevos públicos. Y no es casual: en un mundo que corre deprisa, su pintura invita a detenerse, a mirar de verdad, a sentir la belleza como una forma de identidad.

Hoy, ciento cincuenta y un años después, Julio Romero de Torres sigue mirándonos desde sus lienzos. Su paleta conserva intacta la emoción de una época que ya no existe, pero que sigue palpitando en cada rincón de Córdoba.

Porque hay artistas que retratan la historia, y otros —como él— que la inventan a fuerza de emoción.

En la actualidad son muchas las personas que siguen estudiando la figura del pintor, investigando su vida y su obra, además siguen apareciendo nuevos datos que nos hacen sentir que el artista sigue vivo.

Y cuando el sol cae sobre el Guadalquivir y la ciudad huele a jazmín y memoria, parece que su pincel aún anda por ahí, buscando una nueva sombra que pintar.

Quizá la mirada de sus cuadros sea la mirada futura de nuestra tierra.

A continuación un poema propio escrito en el 2024 como homenaje al 150 aniversario de Julio Romero de Torres:

 

 

ARTE PICTÓRICO

 

Nadie sabe cuánto cabe en una obra maestra.

Cuanto tiempo hay detrás de un lienzo inacabado.

Nadie sabe la hermosura que se despliega capa tras capa,

tras la mezcla de colores, luces y sombras.

 

Contemplo una vez más tu mundo simbólico,

la mujer morena, la mirada profunda.

Todo arte se aprecia mucho más con el paso de los años,

con la belleza inmaculada de la perfección.

 

Aún recuerdo la primera vez que observé tu obra,

cuando sentí que ser de la misma tierra

era un orgullo universal.

Donde miles de ojos reconocen

que la magia de tu pincel

tiene sabor a pureza.

 

 


 

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